Después de los dos años
de haberte conquistado
mi soledad querida
traíame un revez;
el de rechazar todo
lo que me has ofrecido
con esa voz que amaba
y coloraba mi tez.
Hay noche, la sombra más amada
que enfría mis calores,
a mis ojos ofrece
que las cosas tristes,
los versos de Higinio...
su pena y sus dolores...
mientras yo te miraba...
de mis ojos huístes.
¿Y qué?... enseguida llorabas
sin lágrimas saladas,
estaba todo frío
con dolor en mi alma,
y hurgando mis papeles
te escribí dos palabras
mientras la noche ardía
con una opaca llama.
Después, vino la muerte
y me encontró dormido,
con los ojos salidos
y el cuerpo todo frío,
pero tu boca buena
se convirtió en suspiro
velando deliciosa
junto al cadáver mio.
Parpadeaban dos velas
que también me lloraban
junto al negrusco manto
que un viejo me cubrió,
por todos los hogares
las lechuzas ululaban
y el pueblo me rezaba
temblando de terror.
¡Corto, corto tiempo pasé
hasta que el día llegó
con sus colores,
de pálido donaires,
la calandria cantaba
su triste melodía
y yo muerto aspiraba
a nardos y alelíes.
Después llegó mi hermano
que lejos se encontraba
cayendo de rodillas
junto a mi cuerpo yerto;
y tú, novia querida,
muy triste me llorabas
gritando sin amparo:
-¡Mi amor, mi amor se ha muerto...!
Por fin, llegó la hora
la hora más amarga...
cuando oía que clavaban
la tapa del cajón,
mis familiares todos
sus ayes descargaban
sus gritos, sus penurias,
¡el lúbrego dolor!
Sentí, después que a peso
muy lejos me llevaban
por entre una avenida
de un espeso talar,
y al tirarme en la fosa
del panteón te gritaba:
¡Adiós amada mía...
no te puedo olvidar!.-
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